El doctor Henrique Benaim Pinto tenía el aspecto de un monje antiguo y su voz es baja y clara, como de un rezo. Es un prisionero voluntario de su disciplina y un cultivador impenitente de la perseverancia. Era un sabio a cabalidad, que amaba la ciencia y profesaba el humanismo sin hacer mayor alarde de ello. Su discusión diagnóstica tenía la elegancia de un experimento científico bien concebido o de una demostración matemática bien razonada. Pero "más importante aún" combinaba una gran compasión por el sufrimiento humano con conocimiento de los íntimos mecanismos de la psicología. Para él, todo hombre o mujer que consultaba era, por esa misma razón, un enfermo, aún si sus síntomas tuvieran como es el caso de un gran porcentaje de los casos una naturaleza psicológica. Desarrolló persistentemente y hasta grados increíbles de fineza el arte de interrogar al paciente y de derivar del interrogatorio una gran parte de su información con fines de diagnóstico y de tratamiento.
No es de extrañar que el trabajo con el que ingresó como individuo de número a la Academia Nacional de Medicina su última obra haya sido significado de la queja en la relación del médico con el paciente y del paciente con el médico, que publicó la Universidad Central de Venezuela poco después de su muerte en homenaje a un hombre que dedicó 27 años a la formación de profesionales en los hospitales Vargas y Universitario. Una anécdota de la Dra. Tania Benaím comenta que cuando ella tenía diez años, siempre acompañaba a su papá al hospital a pasar revista. Una vez, él estaba hablando con sus residentes sobre un paciente muy rico que se había ido de Venezuela a montar un negocio en España y se había devuelto completamente quebrado y había tenido que vender todas sus propiedades. Cuenta que ella estaba sentada cerca y que escuchó mientras uno de los residentes le preguntaba a Benaim por qué tenían a ese paciente ahí si lo que él tenía era una depresión, que lo que debían hacer era mandarlo a psiquiatría. “Déjamelo aquí porque este señor está tan deprimido que va a tener un problema físico”, le contestó el Dr. Benaim y lo tuvo allí casi un mes porque el hombre no comía y se quejaba muchísimo. Hasta que un día le tocó el abdomen y dijo que ahí estaba lo que él había estado esperando. “Aquí está la consecuencia de su depresión: un tumor de páncreas”.
“Él veía a ese hombre tan complicado desde el punto de vista de estructura social, familiar y personal que estaba seguro de que no iba a resistir y que iba a terminar enfermándose de algo”, dice la Dra. Benaim. “Y esa fue siempre su visión de la medicina interna, esa que él también llamaba medicina antropológica y medicina psicosomática. Nos decía a mí y a mi hermano Alfredo que le impresionaba cómo podía llegar a influir una enfermedad en la vida de una persona por lo difícil que es desplazarse por el mundo con una limitación. Y reflexionaba muchísimo sobre eso y también sobre cómo los problemas sociales o personales de alguien pueden derivar en enfermedad”. Por eso insistía en la importancia de la relación del médico con su paciente.